Las cumbres del Sistema Central del Gredos cacereño presentan un inusual manto de nieve para estas fechas. Se sucedieron una serie continua de borrascas que invitan a pensar que el verano será llevadero, al menos en lo referente a reservas de agua. Pero quizás esos frentes puedan haber motivado que no todas las aves migratorias hayan llegado a sus territorios de cría en las fechas esperadas. Aunque hay numerosos aguiluchos cenizos en las pseudo-estepas cerealistas y campiñas, no han llegado todas las parejas. Así, mientras algunos machos realizan sus acrobáticos vuelos de cortejo sobre la verde siembra de cereal, otros pasan de largo en trayectoria casi rectilínea hacia tierras más norteñas. Pocas carracas europeas, aunque muchos abejarucos, que ya se afanan en excavar los taludes y reclamar las perchas cercanas que le servirán de posadero y atalaya de caza. Aún no han llegado los alcotanes, y muy pocas collalbas rubias todavía. Sin embargo, coinciden numerosos polluelos volantones de mirlos, herrerillos o ánades azulones de las puestas más tempraneras.
Las noches son especialmente sonoras, así mientras los ruiseñores comunes inundan las riberas o los zarzales y linderos, los autillos dejan escapar su monosilábico canto a la espera de encontrar pareja. También lo hace algún cárabo desubicado en el robledal norteño. Al alba, el coro de tenores se hace más patente, pues a los incansables ruiseñores que llevan en vigilia toda la noche, se unen oropéndolas, currucas, zorzales y totovías, no tenemos escusas para salir al campo y disfrutar de todo los que las aves están dispuestas a regalarnos. ¡Vamos a ello!
Texto y Fotografía: Juan Pablo Prieto