Los largos recorridos suponen un desgaste de enorme importancia para las aves viajeras. Tras superar numerosas ventiscas y las altas montañas durante su largo trayecto, parece que se vislumbra al fin la tierra prometida. Ese necesario viaje que realizan las aves migratorias dos veces al año, durante el otoño se materializa al llegar a las tierras fértiles del sur, allá donde el alimento está asegurado. Muchas veces ese alimento pueden ser los frutos de los árboles autóctonos, como es el caso de la bellota de las distintas especies de quercíneas, otras son los frutos de las cosechas más tardías como es el caso del maíz o el arroz, pero en este último, hay otro banquete más que añadir: el «fagueo».
Tras la cosecha se introduce agua en los arrozales recién segados y se voltea el rastrojo sobrante, ante lo cual queda al alcance del pico todo el alimento que las aves necesitan en forma de pequeñas presas, que pueden ser anfibios, cangrejos u otros artrópodos sabrosos. Es entonces cuando enormes bandadas de diferentes especies se afanan por seguir la estela que dejan las amplias ruedas del tractor, predominando gaviotas, distintos tipos de garzas y limícolas como chorlitos o avefrías, aunque si nos fijamos detenidamente, observaremos también otras especies más pequeñas como bisbitas o lavanderas. El espectáculo está servido con mesa y mantel, ahora sólo nos queda disfrutarlo.
Texto y Fotografía: Juan Pablo Prieto